sábado, 18 de febrero de 2017

El amante ecologista

Sucedió hace ya unas semanas. Al bajar la basura. Al bajar la basura pueden ocurrir muchas cosas. Casi nunca pasa nada, es cierto, pero si uno presta atención, resulta evidente que no sería nada raro que aconteciesen verdaderos prodigios. Es algo que se nota en cuanto pones un pie en la acera. Sales del portal y sabes que en esos breves pasos hasta los contenedores se esconde la aventura. La aventura no se presenta, es verdad, porque se oculta muy bien, pero podría hacerlo perfectamente. No sé si me explico. La ciudad es otra, más misteriosa, y los vecinos, silenciosos y cabizbajos, parecen esconder un secreto terrible. Todos se mueven furtivos, como conspiradores... 

Pues bien, hace unas semanas, en el contenedor del plástico, me encontré un papel pegado con celo junto a la boca. Era un mensaje. Escrito a máquina. Rezaba así: 

HOMBRE ESPAÑOL DE 50 AÑOS -el número a mano, sobre un 49- RUBIO, OJOS AZULES Y 1,50 DE ESTATURA BUSCA MUJER DE BUEN VER, DE 35 A 55 -el cinco también en bolígrafo azul, tapando un cero- AÑOS PARA RELACION SERIA O ESPORADICA. PREGUNTAR POR JOSE LUIS (LLAMAD O WHATSAPP) NO TE ARREPENTIRAS, SOY AGRADABLE Y DIVERTIDO. ABSTENERSE GRACIOSOS/AS. -Y, a mano de nuevo, con el mismo bolígrafo azul y también en mayúsculas- BUEN AMANTE.

Debajo, recortados para que las interesadas los pudiesen recoger y llevar para casa, varias veces repetido, el teléfono.

Saqué unas fotos...



Al día siguiente ya no quedaba ninguna de esas barbas con el número de teléfono. Aunque yo solo veo hombres oscuros, se ve que bajan la basura muchas mujeres de buen ver, entre 35 y 55, muchos corazones solitarios...




Y ya empezamos en casa, y con los amigos por el whatspp, a especular... Las mandé a un grupo que tenemos para recomendarnos las lecturas que vamos haciendo y que nos gustan. Al fin y al cabo, de una lectura se trataba, y menuda novela que había en ese papel. Si la conociésemos entera..., pensábamos.

Además de ecologista, pues el lugar donde colocó su aviso no nos parece inocente, en todo se veía que se trata de un hombre tradicional y de gran honestidad. Lo primero porque conserva una máquina de escribir, prefiere esta clase de bandos callejeros a las posibilidades que ofrece hoy el mundo digital y utiliza expresiones que yo creo que ya nadie usa (mujer de buen ver); y lo segundo por esas correcciones a mano y el dato de su altura, ciertamente llamativo. Se ve que entre la redacción de la nota y su publicación o cumplió años, o ya no se acordaba de que había llegado al medio siglo. Y pienso yo que debe ser un poco pudoroso también, pues queda claro que estuvo dudando hasta el último momento si añadir el dato final, ese de su valía como amante, que lo descartó cuando compuso el papelillo, pero que en el momento de darlo a la luz, un impulso final lo empujó a caligrafiarlo. Y algo inocente, porque ese aviso para espantar a los graciosos lo único que puede provocar es justo el efecto contrario.

No sé, nos tuvo largo rato pensando en él. ¿Por qué no habrá encontrado este hombre el amor? ¿Por qué lo busca de esta manera? ¿Qué le habrá llevado a pensar que es un buen método, este de poner un cartelillo en un contenedor? ¿Por qué no irá más a los bares? ¿Ya no se ligará en ellos? Ahora ando fijándome en los hombres bajitos del barrio, por ver si descubro unos ojos azules, melancólicos y soñadores, un señor solitario y pequeño, rubio el cabello, con el móvil en la mano, en espera de una llamada feliz.

P.D. Días después, con el mismo boli azul, como ya se habían llevado todos los teléfonos, escribió en lo alto de la nota el número. No sé si porque ninguna candidata ha sido de su gusto o porque quiere seguir con el casting. Lamentablemente, por ese tiempo se puso a llover y lo escrito con el bolígrafo azul se destiñó, fue deshaciéndose tristemente, y desapareció...


viernes, 10 de febrero de 2017

Invierno en Úbeda hacia 2016 (Día de Reyes Magos)

El mejor del año. Si tuviese uno que elegir un día entre todos los que ofrece el calendario, escogeríamos, sin duda, este. ¿Qué ciudad no aparece hermosa con todos esos críos pequeños por la calle, los ojos abiertos de par en par, la mirada llena de ilusión y pasmo, conmocionados por la historia más hermosa del mundo?

Esto es así incluso si amanece un día agrio, con nubes de un color bilioso, como sucedió este año. Parecía, de nuevo, que fuese a ponerse a llover. Pero tampoco. Al rato se levantó un viento del norte, y despejó el panorama, dejando el cielo azul, transparente y feliz. Más adecuado para ocasión tan fantástica. Salí a dar un paseo. Cuando ya estaba cerca de los miradores, estelas blancas en el cielo.  En un día como este, pensé, vete tú a saber de qué se tratará. No parecían aviones. Dejaban un trazos blancos y breves sobre el encerado añil del cielo. Las señales del prodigio.




El viento era frío y yo caminaba despacio, abrigado, con mi mascota cubriéndome.

Bajé por la calle Paraíso, donde estaba la escuela de niñas doña Enriqueta. Compré dos periódicos en el quiosco de la plaza, para leerlos luego en un café, y también porque me parecía que le sentaban bien a mi estampa de hombre con sombrero. Tomé por Prior Blanca. Apenas había nadie por esas calles. Algún vecino, un operario municipal barriendo las hojas de una plazuela que, al verse empujadas por el viento, se quejaban con la misma voz del mar cuando rompe contra las piedras de una playa... Muy de vez en cuando, pasaba un coche...






En la Plaza de San Pedro, el palacio abandonado mostraba varios cristales rotos. Luego, cuesta abajo, Santo Domingo, donde el belén, que a esas horas estaba cerrado. Calle de la Luna y el Sol. Paseaba sin rumbo, a capricho. En la Plaza Vázquez de Molina estaban preparando la cabalgata de la tarde, al ritmo de una música latina y sabrosa. Rodeé el parador, subí hacia la Casa de los Salvajes, puesta en venta, y salí a San Pablo. Entonces me metí en un café, a escribir estas cosas y a leer los periódicos. De pronto, por la calle apareció una procesión de enanitos, los de la Blancanieves de Disney, seguidos de otros seres que no conseguí reconocer, seguramente los que salen ahora por la tele. Se cruzaron con los muchachos de la banda municipal, que bajaban hacia el ayuntamiento, no menos fantásticos, con sus instrumentos entre las manos: tubas, trombones, clarinetes, trompetas, bombardinos..., todos brillando al sol.














Por la tarde me apeteció repetir el paseo, para enseñarles a A. y a P. las calles nuevas que había descubierto, los palacios que no conocía o ya había olvidado... P. declinó el ofrecimiento y prefirió quedarse en compañía de su abuela y del teléfono móvil.

Bajamos A. y yo, hacia esa Úbeda vieja, la de las calles escondidas y solitarias, la de los palacios cerrados y misteriosos, la que se asoma al valle ancho y lejano del Guadalquivir...

Cuando volvíamos para casa nos tropezamos con la cabalgata. Tuvimos que tener un poco de cuidado, porque en el pueblo de A. tiran los caramelos desde las carrozas, los pajes, los figurantes y hasta los mismísimos Reyes Magos, con un entusiasmo peligroso. Cuando nos dimos cuenta, también andábamos nosotros, como el resto de la gente, doblados, recogiendo esas golosinas del suelo... Como chiquillos...


miércoles, 8 de febrero de 2017

Invierno en Úbeda hacia 2016 (El belenista)

Lunes, 2 de enero, 2017 (Más notas de la libretilla)

Desengaño de tener unas navidades blancas, pasadas por nieve. Al contrario, un sol rotundo y unos cielos azules, impecables... Decidimos aprovecharlos. Pasamos la mañana al lado del balcón, al sol, como gatos perezosos, leyendo, soñando.

Por la tarde salimos a dar un paseo. Acabamos ante las puertas de Santo Domingo. Entramos a ver, como cada año, el belén. A los cinco minutos nos abordó un señor muy atento, resuelto y parlanchín. Resultó ser el creador del belén, y se ofreció a guiarnos en la visita. Didáctica, tal vez un tanto prolija, tal vez un poco deslavazada, llena de referencias a un viaje que hizo ese guía hace años a aquellas tierras y a sus lecturas de los evangelios apócrifos ("que siempre leo en italiano", nos aclaró). Luego apareció una vieja amiga de A., que conocía al guía ("Ha sido el pediatra de mis hijos", nos explicó. Y nos avisó: "En cualquier momento, nos suelta una cita en alemán. Es una costumbre suya". Efectivamente, lo hizo). Poco menos que la obligó, a ella y a su marido, a unirse a la tournée

De vuelta en casa, dos citas del libro de Pujol:

¿Quiénes somos? La mejor respuesta sería: aquellos que queremos ser.

Hay que ser muy infeliz para admirarse a sí mismo.

Martes, 3 de enero

Día de visitas. A M. , que se mantiene lúcida y más o menos firme con más de noventa años; a los tíos de A.; y a la librería. Compramos el último libro de Ramón Andrés, ese sabio tan ameno. La librera nos alaba el gusto. Charlamos con ella de la visita que hizo a Albacete el editor de Nórdica, que es oriundo de Sabiote, y se conocen...
Por la noche salimos a tomar unas cervezas con L. En el nuevo bar de R. Cervezas y tapas. A la vuelta, saludamos a su gato que, al contrario que el de N. y JA., es un gato sociable y educado. Eso sí, con unos modos aristocráticos. El gato de L. es un gato versallesco. Huele las mierdas y basuras que deja en  la calle la gente con un porte de gran marqués...

Miércoles, 4 de enero

Días gris y blando, templado y sin viento. Todo parece anunciar la lluvia, pero la lluvia no llega.  Comida vegetariana con N. y JA. Nosotros, sin embargo, a las lentejas, a las que F. ha echado nabo, apio, zanahoria, judías y no sé cuántas verduras más, les añadimos unos choricillos fritos...

A la de la sobremesa, el día continúa igual: quieto, inmóvil, impasible... Pasamos la tarde en el sofá. 

Por la noche bajamos a cenar a un bar del Real. El bar está lleno pero las calles vacías. Voy con mi sombrero elegante, el de las dos tallas más grande. El día de nochevieja, me cuenta J. cuando pasamos por  la plaza de Andalucía, donde la Torre del Reloj, organizó el ayuntamiento las campanadas en ese lugar. Solo acudieron trece personas. Tres del pueblo y el resto forasteros, incluido un norteamericano.

domingo, 5 de febrero de 2017

Invierno en Úbeda hacia 2016 (El nuevo año)

Viernes 30, sábado 31, domingo 1 (Notas de la libreta)

Viaje de vuelta. La luz temprana dibuja los perfiles de las montañas con limpia nitidez. (En la libretilla siempre nos ponemos un poco estupendos, y usamos epítetos y cosas de semejante naturaleza). Al llegar a la provincia de Valladolid, sin anunciarse, de repente, se presenta la niebla. Densa, fantasmal, misteriosa. Tordesillas, Rueda, Medina..., invisibles. El Duero, las viñas y los campos, todo borrado del mapa... Al llegar a Ávila, se va la niebla como llegó, de pronto, y reaparece el mundo. Por lo que se ve se trataba de una niebla provincial. 

Volvió a presentarse, no sé si la misma niebla u otra distinta, en Villarrobledo. Y al llegar a Albacete, nos encontramos la ciudad a punto de disolverse. Todo se deshacía - calles, edificios, transeúntes- como azucarillo en vaso de agua.

Al día siguiente, salimos para Úbeda.

Al contrario que el anterior, un día luminoso, limpio, recién hecho. Un día, el último del año, como nuevo, a estrenar.

Comenzamos el año escuchando cómo entrevistan a Javier de Torres, a Roger Sincero y a Isabel Urzaiz,  a propósito de su último disco, el precioso Was your tie black?. Cantan una par de canciones en directo. Las grabo con el móvil. La segunda la cortan, de un modo grosero, con las señales horarias de las once de la mañana... De todas formas, nos pareció una hermosa manera de comenzar el año.

     


Pasamos luego el día de Año Nuevo en el sofá, leyendo una novela de Carlos Pujol -como todas las suyas, deliciosa-, y durmiendo pequeñas siestas -la del canónigo, a media mañana; la del borrico, justo antes de comer; etc...-. Así fue como lo recibimos. Sin pompa, sin solemnidad, en zapatillas. Como a uno más de la familia. Para que nos trate bien.


               
         

domingo, 29 de enero de 2017

Invierno en Asturias hacia 2016 (Los días felices)

 27 de diciembre
(Desde ahora, primera fecha de mi cumpleaños)

El 27 de diciembre, martes, habíamos quedado a cenar con C. y H., con A. y N., con los chiquillos.

Habíamos pasado la mañana, que había salido como del taller de un damasquinador, brillante y dorada por un sol espléndido, en Mieres. Habíamos tomado un café y comprado un par de libros en el café-librería que han abierto frente al parque. Después de comer leímos un rato, para hacer la digestión, a Pla, y, al atardecer, salimos para Oviedo. Un día perfecto.
Habíamos quedado en recoger a N. y a M., porque sus padres estaban haciendo unos recados y nos encontraríamos en el bar. Bajamos con el coche hasta El Campillín, donde aparcamos, y, como aún era un poco pronto, dimos una vuelta. M. tenía interés en mostrarme un pub que acababan de clausurar por no sé qué turbios asuntos, y también la pista de hielo de la plaza de la catedral, tampoco entendí muy bien por qué. Dimos esa vuelta, un poco más lentamente de lo que me parecía razonable. 
Finalmente, tomamos la calle Postigo Alto y nos acercamos al Boca a Boca, porque ya era la hora de la cita y a uno le gusta ser puntual. Cuando nos acercamos, vi por los ventanales que el bar estaba lleno, repleto. Me pareció raro porque teníamos reservada la mesa y allí no se adivinaba un rincón libre. Entramos. Yo el último...

Lo demás, tan feliz, igual que esto anterior, ya quedó contado... Todo excepto que, además de haber estado allí, acompañándonos, abrigándonos, me tenían preparados los amigos y la familia varios regalos: un sombrero elegantísimo, y una bufanda del mismo estilo; un colaje de C., hermoso, emocionante; unos libros maravillosos en ediciones exquisitas; una camiseta del Sporting y un par de entradas para visitar el Molinón; un plano de la Vetusta de Clarín; una bufanda del equipo que entrena M.; una navaja de Taramundi... Y por esa Vetusta nos fuimos, la navaja en el bolsillo, las bufandas al cuello -las dos-, el colaje y los libros bajo el brazo -dentro de ellos las entradas-, y el sombrero elegantísimo en la cabeza de A., que a mí me vino pequeño y tendríamos que cambiarlo... Tan felices que, más que andar, levitábamos.


28 de diciembre

Salió el día blanco, helado. Camino de Santianes, los campos parecían sembrados de ceniza. Donde ya había comenzado a posarse el sol, se levantaba un vaho lento, como humo dormido... 

Recogimos a C., que me iba a acompañar a la vista al Molinón. Al llegar a Gijón, P. y A. se fueron a dar una vuelta y C. y yo nos metimos en el campo. Nos guio una muchacha muy profesional. Nos enseñó, a las veinte personas que nos habíamos presentado allí, la sala de prensa, los vestuarios, el túnel de salida al campo (cuando lo cruzamos, nos pusieron una grabación de ambiente, para que nos hiciésemos una composición de lugar),  los banquillos -nos rogaron no pisar el césped-, la tribuna, un pequeño museo con los trofeos (modestos) del equipo... En el vestuario nos sentó la guía en las banquetas donde lo hacen los jugadores y nos puso un vídeo. Cuando terminó, la guía nos preguntó si sabíamos qué era lo primero que hacían los jugadores al entrar allí un día de partido. Le contestó un hombre hosco, silencioso, que estaba sentado a mi lado, el único que hacía la visita sin chiquillos, solo:

-Cagar- contestó con voz cavernosa y enfadada, me imagino que por los resultados de esta temporada.

La guía se turbó un poco

-Bueno, eso tal vez también, porque se ponen muy nerviosos, pero no... Lo primero que hacen es poner música, para ir relajándose.

Luego explicó que todos llevan unas espinilleras carísimas y personalizadas. Unos llevan retratadas en ellas a sus madres, otros a sus hijos, y uno de ellos, la bandera de Asturias, una imagen de la Santina, el escudo del Sporting y no sé cuántas cosas más... Entonces, el hombre hosco, con la misma voz quemada, enojada, comentó:

-Eso explica que no corra un pimientu... Si tien que  cargar con todo eso...





Cuando acabamos, nos reunimos con P. y A., para ir a cambiar el sombrero. Un sombrero elegante, de señor respetable, pero que no me cabía en la cabeza. La tienda donde me lo compraron es un negocio finísimo, con un escaparate admirable, compuesto por un escenógrafo. Los encargados, seguramente los dueños, un hombre y una mujer de modales palaciegos. Le contamos lo que nos ocurría al varón y, sin decir ni una palabra, nos recogió con delicadeza de chambelán el sombrero que le llevábamos y nos alargó, con las mismas maneras sofisticadas, un ejemplar que, al cubrirnos, resultó la talla exacta que necesitábamos. La mujer, mientras tanto, observaba un punto indeterminado del espacio, fría, lejana, soñadora... Por romper un poco el hielo de esa atmósfera encantada, le pregunté al hombre:

-Una talla más, ¿verdad?

-Dos- me contestó, parco.

Luego ya nos fuimos por ahí, yo elegantísimo con mi sombrero nuevo -aunque un poco pensativo con lo de las dos tallas-, a comer con A. y N. Y ya después, de camino a Mieres, de vuelta a casa, paramos en Oviedo. Un vino en el Boca a Boca, una cerveza en casa de C. y H. Disimulando que nos estábamos despidiendo, y esa pena grande que nos asalta cuando eso sucede...

Con C., P. y A., en el Muro, con el sombrero dos tallas más grande...



martes, 24 de enero de 2017

Invierno en Asturias hacia 2016 (Rioturbio)

26 de diciembre

Se levantó P. con algo de fiebre. Con mocos y tos. Así que nos fuimos al ambulatorio. Mientras esperábamos, rodeados de gente con los mismos síntomas que los de P., le comenté a A.:

-Si P. sigue así, tendremos que posponer la cena.

-No creo que sea necesario-me contestó A. -Seguro que mejora.

Nos recetó el médico unos sobres para evitarle el malestar y reducir la mucosidad que, según nos explicó, tenía por todas partes: en las fosas nasales, en los oídos... Nos indicó que cabía la posibilidad de que se le infectase toda esa masa mucosa y que le subiese la fiebre desmesuradamente. Si eso ocurría, nos dijo, entonces deberíamos volver a la consulta, para que le recetase un antibiótico.

Le preguntó A. si, en caso de mejorar, podría salir por ahí. Contestó el doctor que sí.

De todos modos, al salir, insistí:

-Incluso si mejora, lo de la cena va a ser mejor dejarlo para otro día...

-¡Qué va!-me replicó A. -Ya verás cómo se pone bien. Con esto que le ha dado, se recupera enseguida...

Le agradecí esa actitud, tan optimista, que me tranquilizó.

Pasó el día P. en el sofá, tendido, al cuidado de su abuela. Yo me fui a tomar una cerveza con mi padre y por la tarde llevé a A. a Oviedo, que tenía que hacer unos recados, y me traje de vuelta a Mt. y a N., hasta Rioturbio, donde Mt. es segundo entrenador del equipo de baloncesto femenino de mi pueblo.

Ya era de noche cuando llegamos. Parecía todo la escenografía para una película expresionista, para una película de Fritz Lang. Rioturbio es una colonia de casas sociales, levantadas para los trabajadores de las minas de alrededor. Se encuentra empozado en un valle estrechísmo, y todo es allí, como esas minas, oscuro, sombrío, negro.  Ni una sola nota de color. La película de Rioturbio no solo es expresionista, sino también en blanco y negro. Cuando dejas la carretera y bajas hacia el pueblo, no solo es como si estuvieses cayendo en un pozo, es también como si de repente te hubieses vuelto daltónico. 

Me guió Mt. hacia la cancha donde entrenan, una antigua nave industrial que les han cedido para que puedan jugar y entrenar allí y que ellos han acondicionado. Pasamos por detrás de las fachadas de los pisos, todos iguales, iluminados por unas farolas que exhalaban un luz raquítica, desmayada. Había ropa tendida, sábanas blancas sobre las paredes negras de hollín... Como todavía era un poco pronto, y el pabellón estaba cerrado, nos acercamos al Hogar del Jubilado. Allí dentro sí encontramos algo de color, y unas luces más cálidas y vivas. Tomamos unos refrescos. Nos pareció un lugar donde deben de darse grandes conversaciones, sostenerse sólidos sistemas filosóficos. A esa hora de la media tarde apenas había tres o cuatro parroquianos, pero en otros momentos seguro que pueden escucharse allí grandes frases.

Estuve un hora allí, viendo cómo Mt. preparaba todo, metódico, profesional, y cómo iban llegando las jugadoras, el calentamiento, las últimas indicaciones del entrenador... Solo vi cinco minutos del partido. Y ya me volví a Oviedo, a recoger a A. Mientras bajaba hacia Mieres, iba contemplando, a la luz de los faros del coche, a los lados de la carretera, el paisaje de un valle que se va vaciando poco a poco, inexorablemente: las casas abandonadas y en ruinas al lado de otras, menos numerosas, arregladas, recién pintadas (en una de estas viven mi tía F. y mi prima M.); el viejo hospital donde nacimos, cerrado a cal y canto; algunas luces de navidad en los bloques de viviendas de Murias. Y al entrar en Mieres, frente a la gasolinera cerrada y comida por las hierbas, las tapias deslucidas del cementerio... Hice el breve viaje sumido en fúnebres pensamientos.

Se me quitaron todas las murrias cuando, al llegar a casa, encontramos a P. bastante mejor.

domingo, 22 de enero de 2017

Invierno en Asturias hacia 2016 (Nochebuena y Navidad)

 24 de diciembre

En el supermercado, frente al mostrador de la pescadería, donde me ha mandado mi madre a por unas gambas para la cena de esta noche, un señor polemiza con la pescadera, que se muestra muy escéptica ante estas fiestas navideñas. 

-Si por mí fuera, esta noche me hacía una tortilla francesa y me acostaba inmediatamente...

-¡No, mujer! Si no conservamos algunas ilusiones, ¿qué va a ser de nosotros?-le replica el cliente.

-Psssss...-persevera en su indiferencia la pescadera, mientras destripa una merluza.

-Mírame a mí, si no tuviese aún algunas ilusiones, ¿cómo podría haber llegado a mi edad...?

-Pero si usted todavía es joven...

-¿Cuántos años crees que tengo? ¿Cuántos me echas?- y sin dar tiempo a que lo haga, los confiesa- Setenta cumplo ya dentro de dos meses... Y, como te venía diciendo, sin ilusiones no se puede vivir... 




Luego nos fuimos a Oviedo, a hacer las últimas compras y a tomar un café con C. y H. Al salir de Paraíso, encuentro feliz con N. y los chiquillos. Venían de cortarse el pelo y N. olía maravillosamente, a loción antigua. Iban también a hacer unos recados. Decidimos que teníamos que organizar una comida todos juntos. Quedamos en hacer una cena, por concretar y por poner ya un día, decidimos que el martes, en el Boca a Boca (¡qué actores todos ellos!,¡qué bien mintieron!, ¡qué arte en el disimulo!).

Comimos en Casa Chus. Hace ya años que Mt. quería que lo hiciésemos en ese bar de barrio. No creo que aparezca en ninguna guía. Es lástima, porque se come maravillosamente. Es un bar de parroquianos antiguos, que se acomodan en la barra y hablan de las cosas de este mundo con el mismo escepticismo e incredulidad que la pescadera del supermercado de mi pueblo. Para comer tienen solamente los cuatro platos del menú del día. Si te gusta, bien; si no, te aguantas o te buscas otros sitio. No recordamos haber comido unas patatas rellenas como las que probamos allí.

La sobremesa la hicimos en Gijón, en casa de R. y M., para que nos enseñasen el documental que ha hecho M., sobre los pioneros del surf en Asturias. Llegamos a su casa en diez minutos, gracias a Mónica, la chica el GPS, que, aunque antipática, parece muy eficaz.

El documental es precioso. Aunque no te guste el surf, es bien hermoso escuchar a tanta gente hablar de su pasión, de los años en los que nadie sabía muy bien qué era eso, cuando apenas tenían tablas ni ninguna clase de material... Cuando la gente cuenta su vida, o parte de esta, con naturalidad, sin impostar la voz ni componer el gesto, cómo no escucharla. El gran mérito de esta película de M., aparte de otras muchas virtudes, nos pareció esa: el haber conseguido que toda esa gente hablase delante de una cámara como si lo estuviese haciendo ante un amigo, en la barra de un bar. Nos pusieron, para acompañar la proyección, unas casadiellas riquísimas que hacen en el instituto donde trabaja R. Cada poco, nos daban conversación, yo pienso que porque temían que nos aburriese un poco la película. Pero nada de eso. Nos gustó muchísimo.

Y ya nos despedimos, temprano, que nos esperaban mis padres para preparar la mesa de nochebuena y R. y M. debían hacer lo mismo con sus maletas, que se iban de viaje a Málaga.


25 de diciembre

Comida en casa con los sobrinos. G. aparece con traje y corbata. Elegantísimo. Él mismo se hace el nudo, con soltura y rapidez. Nos hace una demostración. Con diez años sabe hacer algo que uno, con cincuenta, es incapaz. En el bar de debajo de casa, antes de comer, nos encontramos con el hermano de J. En un par de minutos nos cuenta sus avatares comerciales. Muy joven abrió un quiosco donde vendía periódicos, revistas y chucherías. Le fue bien. Muy bien, incluso. Pero la socia que tenían les engañó y se vieron con el agua al cuello. Montaron entonces una tienda de galletas. A todo el mundo le pareció una locura. Hoy es un engocio próspero. Nos cuenta que han sido nombrados como una de las cinco tiendas más bonitas del país. Se iba con unos amigos, moteros como él, a comer por ahí. Tenía la Harley-Davidson aparcada en la puerta. Como a G., además de las corbatas, le gustan también las motos, le invita a subirse en ella. Tan elegante y encima de una máquina tan aparente, era como si estuviesen haciendo una sesión de fotos de moda, mi hermano el fotógrafo, con el móvil...

Después de comer, R. nos enseña sus dibujos. Va a todas partes con un enorme cuaderno, donde compone su obra. Inspirada en la de Francisco Ibáñez, al que adora. Una vez le contamos que lo habíamos visto, a Ibáñez, en Madrid, en una Feria del Libro. No sé cómo se lo contaríamos nosotros o cómo lo entendió él, pero según nos explicó después mi hermano, en el colegio, a sus compañeros,  les contó R. que sus tíos eran muy amigos del autor de Mortadelo y Filemón. Amigos íntimos.

Acabamos el día en un café-librería que han abierto en mi pueblo. En las paredes, fotos de los autores locales. Más de la mitad no sabemos quiénes son. Tampoco sabíamos que, en nuestro pueblo, escribiese tanta gente. Nos alegramos de ello, y también de que se abran, cuando la mitad de los locales muestran el cartel de Se alquila en los escaparates, negocios como este. Ojalá les vaya estupendamente. A todos.